La multitud estaba allí para decir "A Dios" y, camino al estadio, bajo la persistente llovizna, era inevitable pensar que hasta el cielo se había puesto a llorar. Las gargantas de toda Argentina, que seguía el acontecimiento por la radio y la televisión, se anudaron y acongojaron cuando Diego Armando Maradona saltó a La Bombonera a sus 41 años para jugar el partido de su homenaje (Argentina, 6; Resto del Mundo, 3) llevando de la mano a sus hijas y junto a ex jugadores y amigos llegados de todas partes. Con Pelé y Platini en el palco, de pie y aplaudiendo, un siglo entero de fútbol iba a quedar para siempre congelado en el recuerdo de esa figura regordeta que poco antes del final besó el balón y dio lentamente, muy lentamente, su última vuelta olímpica.
"El 10, con el 10, para el 10". Ésa era la consigna. Allí estaban Valdano, Bilardo y los ya veteranos cebollitas, los compañeros de Maradona a los 12 años. Y Fillol, Kempes y Bochini, campeones mundiales en 1978, y Brown y Batista, campeones, con él, en 1986, y el pibe D'Alessandro, mediapunta del River Plate y actual campeón juvenil sub 20, y Riquelme, del Boca Juniors, el mejor del presente.
Los padres se abrazaban a sus hijos adolescentes o alzaban a los más pequeños sobre sus hombros. Se veían brillar los ojos de don Diego, el padre, y no podía contener las lágrimas doña Tota, la madre, ni Claudia, su esposa, ni sus hijas. No había nada más que gritar ni decirse, sólo estar allí y sentir que todo lo que cada uno estaba viviendo sería contado una y otra vez a los hijos, a los nietos, a quienes les sucedan y así por los años de los años. Fue de ver la devoción por Maradona de consagrados como Verón, Kily González o Samuel. Sorín decía cumplir su "sueño". El Piojo López rogaba: "Que el 10 me dé un pase". Luego, marcó el primer gol tras una apertura de Maradona a Aimar, que le puso el balón para su cabezazo. Todos querían tener la última foto tocando el cuero con él. Todos ellos eran niños asombrados frente al televisor en 1986, cuando le vieron llevar de la mano a Argentina hasta el gran título mundial.
Y ahora estaban allí, con él, integrando el equipo. Fue conmovedor el abrazo del "principe" Francéscoli, ídolo uruguayo del River, el respeto y la admiración que le dedicaron grandes como Lothar Mathaus, Suker, Cantona, Careca o el pibe Valderrama.
Al ritmo del "cuando se caigan a pedazos las paredes de esta gran ciudad/ cuando no queden en el aire más cenizas de lo que será/ ¿qué será, qué será...?/ Maradó, Maradó", cientos, miles, millones de corazones latieron acompasados con el del emocionado Diego, tan gastado y tan querido, que les correspondió con dos goles de penalti.
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