A Rosell se le tenía por un presidente austero y comedido, hasta cierto punto excesivamente prudente, sobre todo en circunstancias en que convenía combatir la melancolía y arropar al equipo. A muchos barcelonistas les incomodaba la chulería de Laporta y se aceptó que al club le iría bien rebajar el volumen. Rosell no acabó de encontrar el tono y por un momento pareció que Laporta era más adversario que Florentino, pero el presidente azulgrana se había enmendado últimamente con un discurso más institucional que mediático.
Hasta ayer, en que metió la pata sin ninguna necesidad, quizá precisamente para compensar con un resultado su larga moderación con la palabra. Acusado de pecar por defecto, se equivocó por exceso cuando en un acto solidario apostó por un 5-0 en la final de Copa contra el Madrid, una declaración sorprendente en su boca. La porra de Rosell le sitúa más cerca de aquel presidente del Madrid llamado Boluda, el del chorreo, que de Guardiola, su entrenador, humilde y respetuoso con el rival.
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Aunque puede que se tratara de un guiño, una gracia o un estímulo, a juego con la jornada Enviem la fam a la porra, hay cosas que no se pueden decir ni en broma, sobre todo cuando van en la dirección contraria a la política del equipo barcelonista y a su ADN. A veces basta con abrir la boca para acabar con tres años de fair play y de saber estar en la cancha. Rosell debe corregirse de nuevo; ayer animó a Mourinho y al Madrid. No hacía falta.
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