En su apasionada defensa de la reproducción in vitro como condición necesaria para la liberación de las mujeres (La ciencia y la revolución de las mujeres, EL PAIS, 24 de marzo), Lidia Falcón parece abrazar la ideología del progreso con más entusiasmo que los mismos profetas del Siglo de las Luces.En los últimos tiempos hemos aprendido a adoptar una actitud más cautelosa y crítica -no necesariamente reaccionaria- de la capacidad liberadora de las tecnologías, especialmente a partir de los experimentos de Hiroshima y Nagasaki y la constatación de tantos desaguisados ecológicos. También hemos aprendido que la tecnología es una mercancía sometida a las determinaciones económicas de los costes y beneficios. Y esto tiene una gran importancia para los principios revolucionarios de Lidia Falcón.
La fecundación in vitro y la crioconservación de embriones humanos se desarrolló como subproducto de la tecnología puesta a punto para la industria ganadera, en la que existe una considerable presión económica para la selección y reproducción controlada de razas productivas en carne o leche. Nadie, salvo Lidia Falcón, parece tener interés en el desarrollo de úteros artificiales. Y bien que hacen, porque las posibilidades de éxito -desde lo que hoy sabemos de la biología reproductora- son cuanto menos remotas, si no inalcanzables.
Pero ya, puestos a tirar de la fantasía, podríamos considerar la clase de liberación que nos promete ese feminismo cibernético, del que hasta ahora sólo se ha descrito la fecundación externa -que puede liberar a la mujer del coito- y la utópica reproducción en útero artificial -que liberaría a las mujeres de las servidumbres del embarazo y el parto-
Cuál sea la suerte ulterior del neonato probeta es algo que el feminismo cibernético no contempla, pese a que las tareas maternales realmente condicionantes son las asociadas a los cuidados de los primeros años de vida.
Siguiendo la lógica emancipatoria de Lidia Falcón, deberíamos considerar la alimentación artificial en lactarios colectivos -para liberar de la lactancia materna y luego el orfelinato o la adopción; ¿o es que se piensa que alguien pueda reclamar la patria o la matria potestad en esa utopía cibernética?
Hay utopías que, como la orwelliana, mejor es que no se realicen, aunque tengan visos dé posibilidad. La utopía cibernética de Lidia Falcón no deja de ser, afortunadamente, una superchería cientifista.
Su paralelismo con la revolución proletaria -soviets más electrificación- no podía ser más desafortunado, a la vista de la experiencia histórica. Si queremos de verdad la liberación de la mujer tendremos que concentrarnos en sus bases históricas, sociales y culturales.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de abril de 1985