En nuestro país, los ciudadanos debemos apechugar cada cierto tiempo con la eficacia de la Administración, pero existe un capítulo especial de las funciones de esta señora en el que el rizo se riza, y por el que todos pasamos, como mínimo, dos veces en nuestra vida: el que se refiere al nacimiento, matrimonio, cambios de residencia, elecciones y muerte. Por citar dos ejemplos: casi todos hemos hecho esas temibles visitas al registro civil (más temibles, por alguna extraña razón, desde que desaparecieron las tasas que allí se cobraban), y muchos han comprobado que, a efectos electorales, se encontraban tan desaparecidos como en los mejores tiempos chileno-argentinos.Siguiendo la tradición hispánica del arbitrista del siglo XVI, por la presente propongo que allí donde ahora meten su pata hasta cuatro entes distintos (ayuntamiento, registro civil, Instituto Nacional de Estadística, juntas electorales), cada una de las cuales se fía, evidentemente, muy poco de los demás, se lleve a cabo una concentración de funciones en uno sólo. Es lo que ocurre en algunos países de nuestro socorrido entorno, como el ayuntamiento en Italia, o de un poco más allá, como la Iglesia luterana de Suecia. Claro, que yo preferiría el primero a la segunda, pero con tal de evitarme quebraderos de cabeza, idas y venidas...-
Juan Carlos Herrero Murciano.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de junio de 1987