Soy una chica de 17 años y quisiera contestar a eso que dice Irene Gonzalo Rose en su carta al director (véase EL PAÍS, 31 de agosto de 1990) de que los jóvenes de hoy pasamos de todo porque estamos desencantados con la sociedad en la que vivimos, que toda esta apatía se debe a nuestra enorme desilusión ante un mundo que parece estar hecho al revés. De modo que todos los jóvenes que están por ahí bebiendo litronas y luciendo la etiqueta roja de sus Levis importados de EE UU sólo piensan en lo desgraciaditos que son y beben, fuman o, simplemente, pasan para olvidarlo. Qué extraña reacción. Yo en su lugar preferiría haberme tirado por un balcón. No. Los jóvenes, esa generación apática, beben y fuman para hacer destacar sus ansias de juventud, de rebeldía, para sentirse adultos de la noche a la mañana, un adulto diferente, para resaltar su personalidad, su originalidad. La ignorancia es el arma de muchos y poco les importa lo que pase en el golfo Pérsico o donde sea. Son jóvenes. Extraña -triste- generación.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de septiembre de 1990