Soy hijo de dos madres-patrias. Por haber nacido británico y haber pasado los primeros 30 años de vida en Londres, tal vez veo las cosas desde una óptica algo distinta a muchos de los españoles. Nuestros hermanos del otro lado del charco, que padecen de problemas tan graves como el hambre y el subdesarrollo, pasan olímpicamente de nuestras celebraciones.Nuestro Rey siempre ha quetido ser Rey de todos los españoles y, también, quiere llegar a los corazones de todos en las Américas. En esta importantísima tarea le debemos ayudar.
La verdad es que no nos conocemos. Para cualquier persona que haya convivido allí con el pueblo, resulta una conclusión lógica que si para ellos el descubrimiento ha sido una bendición a medias, para nosotros ha sido un auténtico regalo de Dios; tan buen ejemplo como el que dan ellos de cómo debe ser la humanidad.
Lo que yo ruego, incluso para que nos ayude a nosotros, los españoles, a superar los traumas de los altibajos de nuestra historia en los últimos siglos, es un enfoque mucho menos triunfalista y mucho más de hermandad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de octubre de 1990