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Tribuna:

La doble moralidad

Los bolsistas viven convencidos de que la recesión no será tan fuerte como la producida a principios de los setenta porque si bien los países han frenado las tasas de crecimiento, se mantienen en niveles positivos. Esperan desenlaces con nivelado optimismo. En todo gran proyecto financiero, el pecado original se desdibuja con el tiempo, y en el caso de las fortunas bursátiles que ahora se deprecian está, además de la tensión política internacional, la responsabilidad de la propia industria de valores. El mercado expía sus propios pecados, como lo demuestra el escaso éxito de las últimas ampliaciones y emisiones de convertibles. Las sociedades atrapadas por la crisis no han conseguido ampliar su base accionarial, que es el principal objetivo perseguido en las apelaciones al mercado. El discurso teórico de los operadores en estos momentos olvida un pasado muy reciente, al estilo de los próceres que se ocupan de grandes temas sociales y ecológicos después de devastar riquezas naturales. El ejemplo más claro de esta doble moralidad lo ofreció el gran financiero James Galdsmith, al anunciar un día los desastres naturales del siglo sin acordarse de que su inmensa riqueza se, originó talando muchas hectáreas (le bosques en el centro de Europa.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 9 de enero de 1991