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Editorial:

La barbarie

LOS MÉTODOS que se utilizan en la conducción de la guerra son siempre salvajes, puesto que su objetivo es acabar violentamente con el enemigo. Por ello los acuerdos internacionales sobre el comportamiento en tiempos de guerra son un reconocimiento implícito de que los individuos que intervienen en ellas son sus víctimas y de que debe haber un límite a su sufrimiento. Así, se intenta restringir el uso de medios desproporcionados de destrucción, que no sólo acaban con la vida humana sino que enferman y dificultan la de los supervivientes y retrasan insensatamente la capacidad de recuperación de un país que ha padecido la conflagración.En una guerra hay además incidentes que repugnan por su inutilidad, su crueldad y su desproporción, incluso aunque ninguna legislación internacional estableciera su castigo. Desde el principio de la crisis, Sadam Husein jugó con rehenes inocentes, a los que prometió utilizar como escudos frente a los ataques de sus enemigos. Acabó liberándolos, pero hoy se ve que no lo hizo como gesto humanitario: colocar ahora a un aviador aliado sobre el tejado de un ministerio para que lo defienda de las bombas y muera a manos de sus compañeros de armas revela la verdadera naturaleza criminal de Sadam. No sólo no sirve a causa alguna sino que, por su infame esterilidad, llena de horror a cualquiera.

También es inútil moral, estratégica y humanitariamente la represalia del Ejército israelí contra un campo de refugiados palestinos en el sur de Líbano: 8 muertos y 10 heridos son así el precio cruel de una rabieta. Una represalia infructuosa tomada a causa de un ataque previo y desordenado de guerrilleros de la Organización para la Liberación de Palestina. Equivale a que paguen justos por pecadores, con el agravante de que tamaña barbaridad no modifica en absoluto las coordenadas de la guerra.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de enero de 1991