Quizás por el hecho de ser vasco, los atentados de ETA me conmueven de una manera muy especial. El de la casa cuartel de Vic me ha afectado aún más si cabe.Las escenas que vi en la televisión me trajeron a la memoria una corta estancia en una casa cuartel. Tras un accidente de automóvil, en el que el vehículo en el que viajaba quedó inutilizado, la Guardia Civil, muy amablemente, nos permitió a mi esposa y a mí quedarnos un rato en la casa cuartel de la unidad que nos rescató.
Mientras nos tranquilizábamos e intentábamos contactar con unos amigos para que nos vinieran a recoger, charlamos con el comandante del puesto, con los guardias que nos auxiliaron y tomarnos unos bocadillos en el
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bar. A nuestro perro lo instalaron en el patio, despertando la curiosidad de la chiquillería. Después nos llevaron hasta un hotel, donde finalmente nuestros amigos vinieron a buscarnos.
Siempre el recuerdo de aquella ocasión me ha acompañado. La rabia e impotencia que sentí al enterarme de la muerte de las víctimas del atentado se mezclaba con el recuerdo de aquella ocasión, en que sentí la ayuda y el calor humano que tanto necesitaba. ¿Cuando acabará tanto dolor y tanta sinrazón? Ojalá acabe ya de una vez para siempre.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de julio de 1991