Algo de decadente, de crepuscular, de definitivamente triste tuvo ayer la sesión de la Bolsa de Barcelona. Hubo un ritmo lento, como de esas viejas baladas que cantan de noche los vaqueros de las películas del Oeste y que sin duda inspiraron el título de aquella novelita de Carson MaeCullers llamada Balada del café triste. El café de la escritora norteamericana estaba en una aldea perdida en algún lugar del desierto de Arizona donde nunca pasa nada, adonde nunca llega nadie, de donde ni siquiera nadie tiene fuerzas de irse. El único entretenimiento eran las peleas de una solterona malhumorada y un tipo extravagante que un buen día se instala en su casa.Casi igual de triste fue ayer la balada del mercado bursátil barcelonés, en una ciudad desierta como Arizona a causa del puente, que para más inri estaba en mitad de agosto. Había atisbos de un ritmo algo más rápido -un country quizá- a causa de la novedad que representaba la subida de los tipos de interés por parte del banco central alemán, con lo que ello puede representar para el conjunto de las economías europea y española. Pero ni eso. Sólo una breve balada, con descenso generalizado de las cotizaciones, en especial en el sector de cementos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de agosto de 1991