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'Maquinista de lo general'

F. C. S. Más allá de los festivos fastos conspirativos de los grupos que dominaron la escena durante los cincuenta y los sesenta, la obra de Tinguely, cada vez más decantada en la fabricación de cómicas y también temibles máquinas absurdas, siguió funcionando hasta el final, superando circunstancias, países, modas, vanguardias y posvanguardias.

Es al respecto significativo que haya sido durante la década de los ochenta cuando por doquier se celebró a Tinguely. (La última retrospectiva de su pintura y escultura se celebró en el Centro Pompidou de París, en 1988-89).

Recuerdo personalmente, por ejemplo, el fortísimo impacto que me produjo su retrospectiva de 1982 en la Tate Gallery, en Londres, la primera de varias que posteriormente se fueron organizando por Europa, que llevaron su obra desde Venecia a París y a otros muchos lugares.

En el nuestro, desgraciadamente, sólo tuvimos ocasión de contemplarla parcialmente con motivo de algunas muestras colect1 vas, sin que nuestro público tuviera aquí la oportunidad de contemplar en directo el funcionamiento de cualquiera de sus hilarantes máquinas monumentales, tan parecidas a un gigantesco cañón que amaga un disparo que jamás se produce, a una locomotora que no lleva a ninguna parte y, sobre todo, a una catedral que nos recuerda nuestra irrisoria acción maquinal, que sólo sirve para mantener en hora el reloj laboral del mundo.

Con el fallecimiento de Tinguely, así, pues, desaparece algo más que uno de los mejores vanguardistas europeos de posguerra: nos abandona la conciencia festiva de ese absurdo que somos todas esas máquinas deseantes que afanosamente trabajamos por cuenta ajena. Se nos marcha, en fin, el maquinista de lo general.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 1 de septiembre de 1991