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Los negocios y la tecnología dañan al cine en el festival de Tokio

La cuarta edición del Festival Internacional de Cine de Tokio, nacido en 1985 con la pretensión de rivalizar en calidad con los certámenes de Cannes, Berlín o Venecia, concluyó este domingo después de 11 días de proyecciones y con un largo trecho por recorrer hasta alcanzar aquella meta. La película Ciudad de la esperanza, del norteamericano John Sayles, un estudio sobre los problema raciales, ganó el gran premio. La crítica coincide en destacar que la muestra japonesa deberá conformarse por ahora con imponerse en Asia. El festival es todavía un feudo de los empresarios, a quienes deben subordinarse los creadores.Akira Kurosawa, que participó con Sueños, subrayó que "ahora todo es dinero. Ése el problema principal del cine japonés. En los principales estudios, el poder está en manos de los hombres de negocios, de quienes distribuyen y venden". El director de Los siete samurais (1954) piensa que los creadores han perdido peso. En la cita de Tokio, que tendrá desde ahora periodicidad anual, se vieron 150 películas de 52 países. La francesa The beautiful disputer, de Jacques Rivette, y la británica Propseros boooks, de Peter Greenaway, recibieron un salvoconducto especial para pasar la aduana. Incluían desnudos no permitidos por la ley japonesa, que, sin embargo, autoriza la exhibición de torturas o secuencias virulentas.

El festival, con un presupuesto de 1.000 millones de yenes (850 millones de pesetas), se convirtió con más frecuencia en el escaparate de la tecnología y televisión de alta definición, de los estudios cinematográficos Toei y Shochiku y de los vendedores de Sony o Matsushita Electric Industrial Company que en los avances en la creación artística.

Clutch Beliveau, crítico del Asahi Evening News, dice que la organización ha sido deficiente y que falló también la promoción de los fillínes menos famosos, entre ellos 10 asiáticos. "Las posibilidades de que esto ocurra", agrega, "son pocas por la triste razón de que este festival no parece preocuparse por el amor al séptimo arte, sino por el negocio que lo rodea. Todo el mundo está aquí para vender algo".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de octubre de 1991