(...) Los intentos de reforma radical del Gobierno de Thatcher fueron innecesariamente duros para una significativa minoría, y en algunos casos fracasó en sus objetivos, aunque aportó otros cambios beneficiosos para la sociedad británica: la destrucción del arrogante abuso de poder de los sindicatos; el paso dado por las gigantescas industrias de la rigidez del sector público a un más adaptable ámbito de empresas privadas; algunos experimentos, interesantes, aunque aún no evaluados, para mejorar la gestión de la sanidad y la educación. (...) Por desgracia, algunas de sus consecuencias económicas y sociales han sido espectacularmente caras y perjudiciales: (...) el fiasco de la carga comunitaria (...) la inversión demorada y aún insuficiente en transporte público, educación y sanidad; el largo y costoso retraso en la incorporación al sistema de cambio europeo. (...) Y más aún. Ninguna sociedad civilizada toleraría la desmoralización y miseria física de los últimos años. (...)El laborismo tiene sus peligros: sufrirá fuertes presiones para satisfacer las demandas salariales del sector público a expensas de la eficacia de la gestión; las innovaciones en los servicios públicos pueden ser obstruidas, y el compromiso del partido sobre una redistribución fiscal ayudará poco, si no nada, a salir de la recesión. (...) El país necesita un acto de fe, incluso una apuesta. El laborismo merece esta oportunidad.
6 de abril
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 7 de abril de 1992