Dado el tratamiento parcial que continuamente dan ustedes al tema de los locales de ocio, en el cual incitan a manejar las leyes según las simpatías que despierta el personaje, o según el amiguismo (¿desinteresado?) del reportero de turno, les invito a ver y oír la otra cara de la moneda. Disfruto en mi casa, desde hace cinco años, de un disco-bar (cafetería de primera, según la licencia) que, según sus dueños, iba a ser un café-teatro. Vengan a ver cómo la cultura del ocio-negocio alimenta nuestros sueños. Y si no vienen, tengan la honradez de encuadrar sus reportajes al respecto bajo el epígrafe de publicidad-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 16 de marzo de 1993