Valdano había regalado durante la semana todos los elogios imaginables a Víctor Fernández, el cuestionado técnico zaragocista al que le une una estrecha amistad. Y Valdano pareció llevar esa amistad, con la colaboración de su defensa, hasta el césped.Ambos conjuntos salieron al campo exclusivamente preocupados por el juego de ataque y el espectáculo fue desde el primer minuto vibrante. A los 10 minutos el marcador reflejaba un empate a uno y las ocasiones se sucedían de forma continua en ambas porterías.
El Zaragoza cedió terreno para abrirse huecos y comenzó a lanzar pases en profundidad que encontraron la colaboración de una zaga más que distraída y, en especial, a Julio Llorente, un amigo de los delanteros zaragocistas en el centro de la defensa. En los minutos 20, 30 y 35 el Zaragoza acabó con el partido. Aprovechó tres fallos de patio de colegio del Tenerife y puso una distancia en el marcador que se hacía ya insalvable.
El Tenerife mantenía más tiempo el control del balón y daba muestras de su calidad técnica, pero sin llegar a inquietar a Juanmi; el centro del campo era impotente para frenar a los jugadores zaragocistas y en defensa rozaba la incompetencia absoluta.
Pese a los cuatro goles en contra, Valdano no dio el partido por perdido y tras el descanso incluyó a Fernando Redondo, al que reservaba para Turín, para intentar lo imposible. La presencia del argentino de poco sirvió porque a los cinco minutos de la reanudación el Zaragoza había redondeado la media docena de goles, se había sacudido de forma definitiva el miedo que le quedaba, y comenzó un particular festival coreado en las grada por continuos olés del público.
El Tenerife, ya lo advirtió Valdano antes del encuentro, dio la impresión *de pensar más en Turín que en el partido de La Romareda y bastante hizo con aguantar el chaparrón en el segundo tiempo. Intentó poner algo de decoro al resultado, pero no encontró apenas puerta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de noviembre de 1993