Esas manitas ínfimas, manitas de no hacer nada, contrastan con las panzas enormes, capaces de digerir todo lo que caiga en ellas.Esos cuerpazos de mujerotas asexuadas de puro gandulas y perezosas.
Esa madre que no necesita haber parido, tan sólo haberse limpiado la linfa de la vulva invisible entre los monstruosos muslos para obtener a su menos que diminuto hijo.
Ese caballo de inútil cabeza, todo él carnaza, patorras, todo él masa lustrosa sin músculo.
Esa manaza, más bien que surgiendo, olvidada sobre la tierra, marcando un poder desconocido e innecesario.
La fumadora, soñadora de nada, aspirando sin deseo, soñolienta de hastío y felicidades digestivas.
Aquel monstruo, que ni siquiera necesita parecer bestia, ni intenta ni puede anonadar a la ni ingenua ni bella.
El pájaro y el perro, ahítos de todo y de nada, sin deseos de piar el uno o ladrar el otro.
Esta otra gorda de masa sudorosa por lo grande y pesada, asolanada de playa inexistente y sin idea de ir a ella.
Estas señoras sin cabeza, que tampoco la necesitan para coronar tan enormes cuerpos, para tanta masa dormida, incapaz de voluptuosidad ni sensaciones.
Otro caballo, sólo patas y panza, soñando encontrar jinete desde su cabecita enana.
No vayáis a creer que necesite amante enamorado esa dama porque esté boca arriba; lo que siente es cansancio por haber estado de pie antes, en algún tiempo, en algún lugar remoto.
Tampoco importa que se miren esos dos, aunque estén desnudos; con esas carnazas, con esas masas amorfas de perfil olvidado, el sexo, diminuto, no necesita narcóticos para estar inerte, eternamente inactivo.
Esta otra tía deforme, elefantiásica y gandula, solamente se molestó un poquito para traer un colchón neumático, y aplastarlo, tendiéndose indolente sobre él.
Así está de confiada esta otra señora informe y bruta, montada sobre el torazo manso e inagresivo de tanta hartura, tanto comer alfalfa gigantesca e insípida como él.
Un guerrero como éste no necesita atacar, al verlo no dan impulsos de huir; más bien sugiere su gesto la idea de echarse a su lado una siesta interminable.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de octubre de 1994