Cada día me reafirmo en la convicción de que uno de los parámetros que más fiablemente muestran la evolución de los pueblos es su capacidad en el uso de la tolerancia y el respeto a las minorías y, en mayor grado, si éstas son débiles o indefensas.Viene esto a colofón del lamentable espectáculo que presencié el domingo 6 de noviembre en el carril abierto para ciclistas en la autovía Madrid-Colmenar Viejo, donde una persona, posiblemente enamorada de este bello deporte de la bicicleta, yacía tendida en el suelo, a la espera del personal sanitario que la atendiera del accidente sufrido. En el corrillo de ciclistas donde nos detuvimos se oía de todo: "No hay derecho", "el carril es una vergüenza", "nos quieren matar"...
Es triste que a la belleza épica de este deporte, donde se mezclan la naturaleza y el ser humano, el propio esfuerzo y la intimidad, el individuo y el grupo, y, en cierto modo, la búsqueda de algo más personal que rompa con los tópicos consumistas y acomodados, tenga uno que arriesgar su integridad física en cada pedalada que pone en el camino.
Con cuánta envidia leía en el Tentaciones publicado en este diario el pasado día 4 que en Copenhague sus habitantes preferían las bicicletas a los coches, o en Holanda, donde sólo el ruido o silueta de una bici hace pisar el freno a los conductores de cuatro ruedas.
Quisiera pedir tolerancia y respeto a las autoridades competentes y a los conductores de coches y bicis, para que cada salida ilusionada de los ciclistas a la carretera no conlleve la zozobra de cómo sera nuestro regreso.-Lorenzo Gordo Pulido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de noviembre de 1994