Como siga escuchando frases de tipo "No van a encontrar prueba? o "Me siento indefenso", voy a telefonear a la Tele-Tienda para que me manden, en un mismo paquete, la pulsera relax con el secreto de los atalantes egipcios, y el vídeo con el rosario del Papa. Y no sé si pedir, ni a quién, que me hibernen hasta dentro de un par de siglos, a ver si escampa.Pero no me quiero poner en la tesitura amarga, sino más bien ofrecer la pincelada amable y esperanzada al estilo del final de La Strada, rescatando lo bueno que ha habido entre tanta mugre. Y tengo que decirles que, como ciudadana, estoy orgullosa de Ios jueces que ahora mismo bregan con asuntos de tremenda enjundia, enfrentándose con el poder de la política y el del dinero.
Orgullosa de Baltasar Garzón, que fue pionero en esto de no plegarse, de aguantar a pie firme. Como adelantado, los resquicios de su fragilidad fueron también los primeros en sufrir la novatada: cometió una ingenuidad metiéndose en política, pero estuvo regio cuando se marchó para volver a lo suyo. Ahora da gusto verle, silencioso y empecinado, ajeno al ruido que se ha montado a su alrededor y a los quejicas del oficialismo.
Orgullosa también de García-Castellón, que ha metido en la trena a un chorizo de altos vuelos; de Joaquín Aguirre, que acorraló a De la Rosa; de José Emilio Coronado, que puso negro a Rubio. Orgullosa de Ana Ferrer, que lleva adelante el -caso Roldán y el del BOE; de María Jesús Coronado, que da caña en los fondos. reservados.
Y orgullosa de Ventura Pérez Mariño, que el otro día, en el Parlamento, demostró que la búsqueda de la justicia es la más importante ideología.
Feliz año, jueces.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 4 de enero de 1995