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Chapuzas 'made in NASA'

Nada volvió a ser igual tras el desastre del Challenger. El prestigio técnico de la NASA cayó en picado y no se ha recuperado. A una sociedad tan orgullosa de su ciencia y su tecnología como la estadounidense le resultó difícil digerir las chapuzas técnicas que dieron lugar al accidente, evidenciadas por la comisión de prestigiosas figuras de la ciencia y la técnica encargada por el Gobierno de investigar el hecho. La comisión lo dejó claro, había una causa técnica y no cabía hablar del destino o la mala suerte. Los anillos de goma que sellaban las uniones en los dos cohetes de combustible sólido no aguantaron las heladas inmediatamente anteriores al lanzamiento y las fugas consecuentes produjeron la explosión.Las consecuencias inmediatas fueron un parón en el programa del transbordador que causó el retraso de muchas misiones científicas y en la puesta en órbita de numerosos satélites. La burocracia interna de la NASA alcanzó límites inconcebibles. Nadie estaba dispuesto a arrostrar la responsabilidad de un nuevo desastre y se multiplicaron las condiciones, las autorizaciones necesarias para que un transbordador pudiera iniciar una misión. Se limitó enormemente el riesgo y ello aumentó el coste.

Por otra parte, EE UU tuvo que reconocer la grave equivocación estratégica que le llevó a depender de un único vehículo, y además tan caro y complicado. Se había terminado la época de luna de miel espacial que empezó en los años 60 con el programa lunar. Había poco dinero y mucha desconfianza de los políticos. Desde entonces el programa espacial ha sido sometido a graves presiones presupuestarias, con un horizonte temporal muy limitado. Sin abandonar el transbordador, se ha vuelto a los cohetes de un solo uso, con un mercado abierto a la competencia doméstica, mientras el cohete europeo Arianespace se llevaba gran parte del mercado. Ahora, el gran objetivo es la estación internacional Alfa, un proyecto retrasado y a punto de cancelación muchas veces, que se justifica sobre todo por dar trabajo a la industria aeroespacial y fomentar la cooperación internacional, especialmente con Rusia. Ilusión, lo que se dice ilusión, queda muy poca.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 28 de enero de 1996