Nadie puede estar satisfecho con el ejercicio organizado por el Tribunal Penal Internacional de La Haya, consistente en hacer desfilar por el estrado, desde hace varios días, a una serie de testigos de cargo contra los dirigentes serbios de Bosnia, Radovan Karadzic y Ratko MIadic, en ausencia de los dos acusados. Mientras los dos asientos del banquillo estén vacíos, a nadie le será restituido lo suyo: ni a las víctimas de los crímenes cometidos durante cuatro años en Bosnia ni a la opinión pública internacional, a la cual se había prometido justicia. No es vano, sin embargo, todo lo que se está haciendo en La Haya. (...) Jean-René Ruez, el joven comisionado francés encargado de la investigación de Srebrenica, ha mostrado brillantemente cuál puede ser la aportación del tribunal internacional. Después de su precisa exposición del miércoles 3 de julio, ya no se puede discutir la responsabilidad directa de MIadic en los crímenes contra la humanidad y el genocidio cometidos en Bosnia oriental hace menos de un año. (...) La situación de los dos hombres sólo será levemente modificada y su suerte seguirá dependiendo de consideraciones políticas que no tienen nada que ver con la justicia. Sin policía a su disposición, sin verdaderos medios de presión sobre los Estados, de los que depende totalmente y con los que mantiene un juego ambiguo, el tribunal no puede: hacer más. Pero habrá contribuido a despertar las conciencias a una exigencia de justicia algo olvidada.6 de julio
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de julio de 1996