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Tribuna:

El autocontrol

Le he puesto un taxímetro a mi pantalla y ahora el telediario de las nueve de la noche transmite una excitación especial. Cada minuto de noticias, o cada minuto de Sáenz de Buruaga, según dónde carguemos el acento, nos cuesta a usted y a mí, sus pagadores, un ojo de la cara que el aparato va registrando de manera implacable. Al final, como salen más ojos de los que uno podía imaginar, mi familia y yo nos miramos al espejo para ver a quién se le han vaciado las cuencas esa noche. De momento estamos todos bien. Tal vez hayan comenzado a desorbitar por los vecinos.Y deberíamos dar saltos de alegría porque Sáenz de Buruaga hizo un esfuerzo para no pedir más ojos, aunque estaba en su derecho, porque si uno decide arruinar su vida en una empresa que, según la propia directora general, es una porquería, lo normal es que le estén indemnizando todo el rato. Por fortuna, este país posee una tradición de autocontrol muy grande. Felipe González decía hace poco, hablando de los muertos de los GAL, que las Fuerzas Armadas habían tenido una capacidad de autocontención "inexplicable", o sea, como que habían abusado poco. Las Fuerzas Armadas no se han quejado, lo que podría resultar inquietante para la población heterocontenida, pero la realidad es como es.

"Quiero entender el mundo", reza un excelente anuncio de un programa informativo de la SER en el que aparece Dios con unos cascos puestos. Nosotros también, por eso escuchamos el telediario de las nueve con un taxímetro al lado: a los pocos minutos te haces una idea. Lo malo es que el precio de saber lo que nos pasa es el de arrancarnos cada noche los ojos de la cara: lo mismo que hizo Edipo cuando se enteró de lo que le pasaba a él, sólo que sin matar a nuestro padre ni acostarnos con nuestra madre. El autocontrol.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 18 de octubre de 1996