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Tribuna:

Mundo

La idea del ciudadano global no tiene nada que ver con la del cosmopolita; de hecho, desde que somos globales nos hemos vuelto también más provincianos, más mezquinos. La realidad, lejos de ensancharse, se ha vuelto agobiante. Hoy el modelo de ciudadano universal es un ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes, pongamos por caso, que tiene una banca local en Ibiza y nos cuenta él mundo como si lo mirara a través de la ventanilla de ingresos de ese negocio familiar. Ahora podemos hablar desde la esquina de la calle con Caracas a través de un móvil, pero nuestra mirada es más pobre, al menos en relación a los tiempos en que se tardaba meses en llegar de un extremo a otro del planeta.Y es que se ha confundido la idea de dominar la realidad con la de homologarla; la de representarla con reproducirla. Se empezó pensando que era bueno que los muñecos tuvieran pilila y estas navidades anuncian ya por la televisión uno que se mea en la cara de la usuaria y en a de su madre, en plan lluvia dorada. Tampoco eso ensanchará la sexualidad de las niñas: por el contrario, la convertirá en algo cutre, vil, menesteroso, como si se les explicara desde los anuncios por palabras de la línea erótica, que viene a ser lo mismo que comprender el mundo desde una cartilla de ahorros.

¿0 es quizá desde ahí desde donde había que mirarlo? Tal vez, pero asusta que la idea mítica del cosmopolita se haya devaluado en la imagen de Matutes y la del universo en la de la aldea global. También nos da miedo ese muñeco que ataca sexualmente con el pis o ese otro que representa a un niño maltratado. Antes, te asomabas afuera y veías un horizonte rico en idiomas y costumbres; hoy, el horizonte llega hasta el cuarto de estar, donde Matutes nos explica el mundo desde la misma tele en la que lo anuncian.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de diciembre de 1996