La fe mueve montañas. Lo saben los chavales del Atlético B, que, desde que Lobo Diarte se sienta en su banquillo, han cambiado el síndrome del último minuto por el método de la remontada súbita. Ayer pusieron en práctica este sistema cruel y despiadado frente al equipo revelación de segunda: estuvo ganando el Levante y dando sensación de fortaleza durante más de media hora, pero los cachorros rojiblancos sentenciaron el partido por la vía sumarísima en apenas tres minutos. Ipoua y Chema ejecutaron con precisión casi cibernética dos soberbios goles de pizarra -el primero, tras un milimétrico saque de esquina; el definitivo, en perfecta triangulación- y a otra cosa, mariposa.
Los valencianos deben de andar aún preguntándose cómo demonios echaron a perder un partido que habían tenido tan bien encauzado. Tras unos 20 primeros minutos sencillamente infames, Fede Marín se puso el traje de faena, echó el balón al suelo y las oportunidades comenzaron a caer en el área de Alex. El gol no llegó hasta el psicológico minuto 45, por medio de Kaiku, pero antes Pablo ya había desperdiciado dos oportunidades clamorosas, una de ellas sin portero.
Mientras tanto, el Atlético vivía (o, más bien, malvivía) del pelotazo largo y de algún pase en profundidad de Rosicky. Los dos meses y pico de imbatibilidad atlética amenazaban ruina. El inicio de la segunda parte pareció confirmar los peores augurios, cuando Marín adelantó su posición para convertirse en tormento de King, uno de esos centrales a los que un delantero escurridizo puede hacerles un estropicio en la cintura.
Sin embargo a Mané le pudo el resultadismo, filosofía imperante esta temporada: descabezó a su equipo de delantera y consiguió que el Atlético acabara creyendo en sus posibilidades. Ipoua se encargó, en los 25 minutos que estuvo en el campo, de amargar la mañana a la hasta entonces plácida defensa levantina.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de febrero de 1997