Felipe II reinó sobre un vastísimo Imperio que se extendía desde gran parte de América -de Florida a Tierra de Fuego- hasta Filipinas y otras islas del Pacífico. En el continente europeo el poder de la Corona española comprendía toda la península Ibérica -por primera vez en la Historia- además de los Países Bajos, el Franco Condado, el Milanesado y todo el sur de Italia. Cohesionar y unificar esos inmensos territorios se convirtió,- pues, en una de obsesión del monarca de la Casa de Austria, que no halló mejor denominador común que la religión.Así pues, el catolicismo figuró como el eje vertebrador de unos países con instituciones políticas y administrativas bien distintas, incluso dentro de lo que hoy configura España. Sin embargo, resulta curioso el contraste entre la actitud centralista de Felipe Il con una vida privada - rodeada de extranjeros. Confió en un ministro jefe portugués (el príncipe de Eboli), su gran amigo de la infancia fue un catalán (Luis de Requesens) y se casó sucesivamente con una portuguesa, una inglesa, una francesa y una austriaca. Una contradicción más en un monarca complejo y, sin duda, polémico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 15 de julio de 1997