Hasta ahora, cuando se intenta demostrar gráficamente el contraste de un mundo necesitado y otro de abundancia, comparábamos gastos militares con necesidades de salud, educación o nutrición. Casi todos hemos leído las equivalencias del gasto de un cazabombardero con lo que costarían tantas escuelas y hospitales en el Tercer Mundo.Aquel mundo militar nos parecía lejano y ajeno a nuestras vidas. Nos indigna ese contraste y a menudo comentarios en nuestras tertulias cómo cambiaríamos el mundo...
En los últimos años hemos visto cómo los gastos de fichajes y contratos de clubes de fútbol profesional en nuestro país manejan cantidades enormes de dinero. Dichos gastos se destinan al capricho de que tal o cual jugador dé patadas a un balón con la camiseta de un color u otro. Desde luego, hay caprichos infantiles mucho más serios...
¿Somos libres dueños de jugar con nuestra abundancia en un mundo donde tanta gente no accede a lo básico para vivir? El gasto del último contrato del FC Barcelona supera al presupuesto anual del Ministerio de Salud de Zimbabue (12 millones de habitantes). Con dicha cantidad podría vacunarse a unos 10 millones de niños expuestos a enfermedades que se pueden prevenir o evitar la infección por el virus del sida en unos dos millones de niños africanos.
Me asusta pensar que estos gastos millonarios son aplaudidos por los socios y aficionados en nuestro país. No entiendo cómo son sus beneficiarios los héroes de nuestra sociedad. Me duele comprobar que los españoles dedicamos mucho más tiempo e interés a estos asuntos que a la tan necesaria solidaridad, o que la prensa, los medios de comunicación e incluso los políticos apoyan y animan este loco mundo.
Entiendo bien la importancia de lo lúdico en nuestras vidas. Los valores del deporte auténtico, la superación personal y la noble competición, son parte de mi vida. Sin embargo, siento que las transacciones del fútbol profesional actual, toleradas e incluso animadas por ciudadanos, socios, empresas y políticos, no son éticas.
Prefiero pensar que los directivos y socios responsables de estos gastos, o los ciudadanos que los aceptan o aplauden, no han pensado en estas graves necesidades de nuestro mundo. Pero si así es, y si siguen estos comportamientos recibiendo el aplauso y hasta la adulación de nuestra sociedad, ¿adónde llegaremos?-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 1 de septiembre de 1997