La fijación de Hollywood por las maquinarias del poder político en Washington es algo que viene de antiguo, pero últimamente está experimentando un giro casi obsesivo, sobre todo en lo relativo a los inquilinos de la Casa Blanca, que ha dado lugar a una cantidad bastante exagerada de películas que rozan sistemáticamente un territorio cercano a la patología o a la deformidad, al menos en sentido ideológico.Estamos lejos de obras tan equilibradas como El joven Lincoln, una de las películas más bellas de John Ford y Henry Fonda; y de otras obras menos relevantes, clásicas. y menos clásicas, que nos introdujeron en las vidas y los conflictos, personales y políticos, de algunos de sus presidentes, reales (como El valle del fugitivo) o imaginarios (como Siete días de mayo). Estas películas respondían a sucesos, a mitos y a incógnitas que, de una manera o de otra, involucraban a los habitantes de la Casa Blanca, pero sin dar lugar a nada parecido a esta especie de epidemia de cine presidencial que hoy se encuentra en la cresta de la ola.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 2 de septiembre de 1997