El Espanyol se rindió en Anoeta. Su discurso disciplinario y esforzado lo multiplicó por dos la Real Sociedad, que aceptó el reto físico y acabó otorgándose un homenaje que le acredita en la competición.
El rango del partido se apoyaba en la estadística: el Espanyol exhibía su escarapela de equipo invicto y la Real, de conjunto intratable en su territorio. En virtud de sus credenciales, el Espanyol decidió juntarse en sus dominios. La Real Sociedad decidió tocarla para hacer correr a su rival.
Cuando ambos equipos estaban a punto de extremar su esfuerzo, se encendió la luz. Kovacevic cabeceó a la antigua usanza un servicio de Imaz. La actitud pertinaz de la Real Sociedad daba mejores frutos porque a la disciplina añadía una notable voluntad atacante. El Espanyol resultaba demasiado timorato, demasiado encorsetado en su guión.
La Real Sociedad acabó por imponer su criterio. El adelantamiento de su rival le otorgó metros para romper al Espanyol y hacerse con el partido. Kühbauer lo ratificó en un remate a placer.
El conjunto guipuzcoano decidió divertirse. La defensa del Espanyol se paró y cada contragolpe era una invitación al gol. Kühbauer fue el estímulo necesario para escapar del ritual y abrir la puerta a la imaginación. En equipos sin estrellas algunas bajas resultan sensibles. El Espanyol acusó la de Esnáider y la Real vivió tranquila sin la habitual pesadilla del jugador argentino.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de noviembre de 1997