Educados y respetuosos. La mayoría republicana que ha recibido a Bill Clinton en el Congreso se ha mostrado cortés con un presidente que, al fin y al cabo, está contra las cuerdas. El Partido Republicano no está haciendo oposición con el escándalo. En otro momento, una trama de semejante magnitud habría sido inmediatamente aprovechada por el enemigo para su propio beneficio.
Sin embargo, en este caso posiblemente es el Partido Republicano. el que menos desea la dimisión prematura de Clinton porque eso daría a Al Gore un margen de tres años para cultivar su imagen de presidente. Para Gore sería más fácil ser reelegido que elegido.
El discurso sobre el estado de la Unión no conseguirá -no consigue nunca- que un Congreso republicano acepte sin titubeos las propuestas de un presidente demócrata. "Vamos a estudiar lo que han planteado", dice un senador de la oposición a Clinton, "pero desde luego lo que no haremos será aprobarlo sin antes estudiarlo. Además, con todo lo que pasa", añade, "nos parece complicado creer que son capaces de abstraerse y de ponerse a trabajar en serio en los proyectos que han propuesto".
La estrategia de cautela republicana ya ha sido- alabada por los demócratas que arropan a Clinton: "Están esperando a ver qué ocurre. El presidente goza de una gran popularidad", comenta un senador demócrata. "Son listos. ¿Para qué van a saltar aprovechando este asunto si ya es suficientemente grande sin que tengan siquiera que comentarlo?" El congresista que está actuando como portavoz del Partido Republicano en los últimos días es Henry J. Hyde, presidente del comité de Asuntos Judiciales. Cada vez que habla refleja la prudencia con la que se comporta el partido: "Acuérdense de que sólo hay", dice Hyde, "acusaciones sin pruebas. Dejen que la justicia trabaje y den a Clinton la presunción de inocencia que se merece".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de enero de 1998