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CARTAS AL DIRECTOR

ETA, terrorismo sin fronteras

Ante la trascendencia de su súbita tragedia, quiero dar público testimonio de mi experiencia de amistad con Alberto Jiménez Becerril y su mujer, Ascen. Eran entrañables, duros trabajadores, leales consigo mismos y los demás, e irradiaban una dosis de bondad tal que ni sus asesinos ni los 200.000 o 300.000 que con sus votos los sustentan podrán, desde sus atormentadas conciencias, jamás entender. Que Dios perdone a los verdugos y bendiga a Alberto, Ascen y sus hijos.-

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de enero de 1998