Dos montañeros de Coslada han salido en la primera página de los periódicos porque están vivos. Otros individuos, muy importantes, también aparecen en las primeras planas cuando mueren, pero para ello es necesario hacer esfuerzos muy rebuscados capaces de conmover a media humanidad. Lo formidable de salir en primera habiéndose salvado de la muerte es que de esa manera se enaltece apropiadamente el extraordinario e insuperable éxito de vivir. Alrededor de los dos montañeros, a quienes se les veía ufanos en la foto, pasean cientos de convecinos, miles de paisanos, millones de seres humanos, entre los cuales se encuentra uno mismo, en similares condiciones, con la misma alegría, vivo igual. A veces tienen que pasar cosas de montañeros o más estrambóticas aún para que los periódicos hallen el hueco destinado a confirmar que morir o vivir se encuentran extraordinariamente próximos, más contiguos de lo que dan a entender los censos. Esta constatación capital provoca además en cada cual un acelerón de tal calibre que el paisaje, las calles, el día que hace, lo bordes que son algunos colegas e incluso buena parte de la adversidad, adquiere de repente gran amenidad. Basta con pegar un sorbo al puro concepto de existir para cambiar el tono. Ni el habla, la vista, el movimiento, la respiración, están garantizados nunca. Vivimos, cuando aún vivimos, en una potencial noticia de primera página que si no sale a. diario es menos por la dificultad de fotografiarnos a todos que por la inconsciente consideración que se le presta. Basta, sin embargo, no ya que unos jóvenes se pierdan en la sierra; sobra con mirar una ecografía, patinar en una curva, sufrir una punzada por la espalda o ser vecino en algún lugar del mundo para caer en la cuenta de que no hay suceso tan apoteósico como vivir y todavía vivir.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de enero de 1998