Agradezco a los taxistas madrileños el haberme hecho redescubrir las posibilidades del transporte público colectivo. Cualquier cosa, antes de favorecer a quienes nos tratan a todos tan inconsideradamente, tan visible en su modo de conducir, de estacionar y de comportarse en estas últimas manifestaciones, brutalmente planeadas para fastidiarnos. Y que no se nos diga que no son todos: mientras no depuren a esa gran masa dañina de energúmenos en su seno, los taxistas no merecerán el respeto y apoyo ciudadanos
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de febrero de 1998