Hacía décadas que no se reunía un tribunal de intelectuales. Su reaparición es signo inequívoco de la incapacidad de los políticos profesionales para hacer frente a la indignidad. Así nació el tribunal presidido por Bertrand Russell que plantó cara a Estados Unidos durante la guerra de Vietnam. Mucho antes, cuando también en Francia asesinaba un terrorismo nacionalista y fascista, Sartre y Camús protagonizaron tribunales públicos que pusieron de manifiesto la inepcia de los partidos.En España parecía que el testimonio de los intelectuales, memorable durante la lucha contra el franquismo, había pasado a la historia. La fortaleza de los negocios y las finanzas, la diversidad de los medios de comunicación, la derrota del nacionalismo español de extrema derecha, permitían suponer que los políticos controlaban la situación. Pero no ha sido así. Los fanáticos envueltos en banderas y disfrazados de libertadores han ido imponiendo su red clientelar y la ley del silencio en Euskadi. También Pujol, rebozado de banderas, funcionarios y monjes en Montserrat, ha dado un temible giro a la derecha. Sus alumnos más ultraderechistas están ya en plena campaña.
En Euskadi se han reunido 300 intelectuales para detener el entreguismo de la derecha nacionalista; sería la segunda vez que el Partido Nacionalista Vasco se rinde a los fascistas y les entrega las llaves de Bilbao. En Euskadi hay políticos que padecen el síndrome de Estocolmo, les fascinan sus secuestradores y quieren parecerse a ellos. Algunos no deben esforzarse, ya son idénticos.
En Euskadi se han reunido 300 intelectuales para poner de manifiesto que los ciudadanos vascos no quieren parecerse a sus secuestradores. Ni a sus políticos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de febrero de 1998