Es de no creerlo. En la soleada California se dan dos polémicas o debates del máximo interés humano. Tanto, que no me queda otra que compartir la información con ustedes, no sea que se me vayan a quedar limbáticos y errantes.Primero. El caso de Deborah Hechtt, rica y residente en Malibú, que congeló el semen de su novio, William E. Cane, que iba a suicidarse (lo hizo) y que, para acabarlo de liar, tenía como amante a Sandra McMahan Irwin (ex abogada de la del semen) y madre de dos hijos con los que él futuro suicida intimó mucho. La abogada, ahora, a proveedor muerto, ha decidido ponerle un pleito a la (insisto) que quería el semen. Lo mejor del asunto es que, mientras se desarrolla el proceso, la pobre mujer, frenética por ser inseminada, va en limusina todos los días al banco de semen, a mirarlo, y a fantasear con la idea de ser algún día una madre atroz. Por cierto, que el chófer de la limusina ha tomado partido decididamente por su ama, así como la acupunturista que, en un alarde de que no se cortaba por hacer horas extras, ayudó al difunto a soltar el preciado líquido.
Segundo. Resulta que lo más plus en estilo de vida, en Los Ángeles, consiste en adquirir un condominio dentro del jardín de un hotel (en caso de ser muy pudiente), o bien un par de habitaciones, también en un hotel (en caso de no ser tan pudiente). El objeto de tal sublime decisión, en la que piensan embarcarse los más modernos, es disfrutar para siempre de la llamada room service way of life, o sea, que tiene por objetivo básico prescindir de las criadas mexicanas propias y aprovecharse del servicio que ya tienen los hoteles, contribuyendo así a la austeridad del país.
Fíjense que yo quería quedarme en Los Angeles, pero después de leer esto, no sé si alegrarme de volver a España a escuchar tertulias.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 26 de marzo de 1998