Uno no sabe a quién amar más, si a un premio Nobel de Medicina o a uno de Literatura. Uno no sabe a quién amar más, si a un padre que aporta genes y dinero o a una madre que suministra genes y amor. Uno no sabe si amar más al hombre que es o a la mujer que podría ser.Uno no sabe, en fin, por qué... Por qué los irreductibles nobles recurren al Tribunal Supremo o al Tribunal Constitucional (ahora ya al Tribunal Europeo de Derechos Humanos -EL PAÍS, 9 de mayo de 1998, página 27) para tratar de evitar la discriminación por razón de sexo (prohibida por el artículo 14 de la Constitución Española de 1978) a la hora de heredar títulos nobiliarios. Pero yo me pregunto, y quien pueda y sepa que responda (doctores tiene el Derecho), ¿cuál es el motivo para permitir discriminar por cuestión de minuto, hora, día, mes o año de nacimiento? El citado artículo constitucional también rechaza la discriminación por «razón de nacimiento» (sin aclarar exactamente qué es lo que significa y cuál es el alcance de esta expresión).
Seamos claros. Primar al primogénito es tan injusto como primar a la primogénita. No es cuestión de sexo, ni tan siquiera de género; es cuestión de sentido común: ni hombre ni mujer; ni primogénito/a ni segundón/a. Simplemente eliminemos la herencia. ¿Saben ustedes por qué? Porque los valores humanos no se heredan, se conquistan.- .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 19 de mayo de 1998