En los inicios del verano, cuando la madre naturaleza prodiga sus frutos y las vacaciones piden ya su paso, el que suscribe, lector por únicas señas, tiene un único ruego que quiere hacer público a través de su digno periódico. El asunto es bien sencillo: "Que EL PAÍS recobre objetividad. Que abra sus páginas a los disidentes. Que la verdad y la justicia no son propiedad de nadie. Que los lectores tenemos el derecho a conocer las versiones distintas y dispares de la realidad. Que necesitamos creer en las instituciones que la democracia ha instaurado. Que estas instituciones deben y tienen que mejorar, para todos, cualesquiera que sea su condición y, que por encima de todo tenemos una obligación: crear las condiciones adecuadas para que la convivencia se rija por los cauces de respeto, educación cívica y paz".-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de junio de 1998