JAIME ESQUEMBRE Miles de kilómetros de carreteras, horas de sueño, rancias siestas en la autopista, cansancio, calor, molestias, angustia vital y, al llegar, tricornios y días de espera bajo un toldo que parece más un hospital de campaña que instalaciones de un país que va bien, dice, que se autocalifica como desarrollado, a la cabeza del euro, pionero en tantas cosas e injusto en otras muchas. Miles de magrebíes cruzan a esta hora territorio español camino del puerto de Alicante a bordo de vehículos cargados hasta límites impensables de personas y mercancías, con la esperanza de no tener que soportar por mucho tiempo los servicios ¿europeos? que les ofrecemos. Allí, bajo el toldo, pasarán un día, dos, tres. Quizás más. Les roban impunemente parte de sus vacaciones porque no hay barcos suficientes para trasladarlos al puerto argelino de Orán. Enferman y sanan en la espera, mientras en Occidente (Madrid) se monta un fenomenal escándalo nacional porque en Barajas los aviones sufren unas horas de retraso y los pasajeros (europeos, americanos) no localizan sus maletas. Discriminación real según el destino del viaje. Ellos no tienen ese problema, al menos. Las maletas son sus apéndices, porque en ellas viaja todo lo que son y han sido, y seguro lo necesario para que los que esperan puedan pasar el año que se les viene encima. Bajo el toldo, a temperaturas insufribles, surgen las afecciones cutáneas, dolores de cabeza, insolaciones, traumatismos, molestias oculares, fiebres, mareos, infecciones, problemas respiratorios y gástricos y cuantos males quiéranse añadir a la lista. El paso del Estrecho es demasiado estrecho en Alicante, agobiante, inhumano, con operación especial o sin ella. Las autoridades y los consignatarios, claro, dicen que la culpa es de ellos por no reservar plaza con suficiente antelación, y promocionan su gestión colocando más y más toldos. A nadie se le ocurre obligar a la naviera a fletar más barcos, o autorizar otras líneas. Eso implicaría utilizar el cerebro, y no está el tiempo para fatigas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 15 de julio de 1998