Antes incluso de sonar el silbato de la final, Francia había ganado algo aún más precioso que una copa, aunque sea "del mundo": una imagen bella y fuerte de sí misma. (...) En esta fiesta, Francia tenía que demostrar algo más que el resto de los participantes. (...) Su equipo no sólo tenía que conseguir el puesto honorable que se espera del país organizador. Tenía una misión secreta, la de dar una lección de confianza, de ambición y de unidad a los franceses. (...) Sí, aún existe futuro para la confianza francesa, para la ambición francesa, para la unidad francesa, y no sólo en los estadios. (...) El canaco Karembeu, el vasco Lizarazu, el africano Desailly, el armenio Djorkaeff, el alsaciano Blanc... es de Francia de lo que nos han habla do. Es a ella a la que han cantado sus corazones. Es el orgullo francés el que nos han devuelto, el que han ofrecido como modelo al mundo. En todos los televisores ha aparecido el mensaje francés en la diversidad de esos rostros: Francia es uno de los países que más lejos han llevado el ideal de la integración, porque ha sido suficientemente fuerte y capaz de atraer y arrastrar a sus nuevos hijos en su aventura. (...) Estos días hemos sentido que este ideal podía recobrar su fuerza al ver a los jóvenes agitar banderas tricolores, cantar La Marsellesa y gritar "Allez les bleus" a nuestros héroes vestidos como los antiguos reyes, del color azul de Francia. Francia es multirracial, y lo seguirá siendo. (...) Lo es gracias a su pasión (...).
13 de julio
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 15 de julio de 1998