Wu Jin Xia baja del coche sin ganas siquiera de moverse. Tres compatriotas la cogen por los brazos para llevarla hasta la entrada de la zona de visitas de la cárcel de Soto del Real. La esperaba en la puerta del recinto el abogado de su marido, que ingresó dos días después del incendio que acabó con la vida de su hija.Su mirada se pierde a lo lejos. Desconfía de cuanto la rodea y sólo pide tranquilidad. Rehúye el objetivo de la cámara del fotógrafo.
Viste pantalón amarillo, blusa de manga larga de color ocre y unas zapatillas blancas con cordones. Camina despacio y, cuando habla, susurra todas las respuestas y ahorra muchas palabras. En ocasiones se limita a contestar con un movimiento negativo de cabeza.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 7 de septiembre de 1998