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El oasis de los cantautores

A pesar de la presencia expansiva de Lou Reed en la avenida de la Catedral y las masas de público moviéndose a su alrededor, los cantautores de corte más tradicional volvieron a encontrar su lugar en la plaza del Rei y, lo que es más importante, a su público fiel. Por tercer año consecutivo la fiesta mayor barcelonesa incluyó el pequeño festival Sepharad, dedicado a la canción de autor cantada en cualquiera de las lenguas del Estado, y por tercer año consecutivo cosechó un éxito importante. La plaza del Rei se convirtió durante casi tres horas en un oasis de paz y reflexión rodeado por el bullicio y la jarana inherentes a la fiesta mayor. La plaza se llenó por completo y mucha gente se vio obligada a sentarse en el suelo en los laterales, como muestra del interés despertado. Sólo un rumor lejano a calimocho en plena ebullición procedente de los alrededores de la plaza de Sant Jaume y algunos aplausos del muy cercano Lou Reed rompían ocasionalmente el silencio catedralicio con que fueron seguidas todas y cada una de las actuaciones de este Sepharad 98. El primero en abrir fuego fue el representante vasco, Gari, que volvió a demostrar que las barreras idiomáticas no son más que un invento. Le siguió el valenciano Joan Amèric, que, a diferencia de sus últimas actuaciones en Barcelona, ofreció un recital con el único acompañamiento de su guitarra. Sin otros músicos sobre el escenario, Amèric se mostró mucho más suelto y relajado, y hasta se permitió el pequeño lujo de estrenar una canción que posiblemente incluya en su próximo disco. El gallego Emilio Cao tomó el relevo e hizo sonar su arpa celta en las históricas paredes de la plaza, un remanso de paz que contrastaba con el bullicio exterior. El último en subir al escenario fue El Viajante, es decir, Jaume Sisa en solitario, que llevó al extremo su esquizofrenia artística al presentar canciones de todos sus heterónimos como Armando Llamado, Ricardo Solfa y, por supuesto, de un resucitado Jaume Sisa. Al acabar las actuaciones de Sepharad, el público se fue dispersando por los escenarios cercanos. Lou Reed ya había acabado su recital, pero tanto en la plaza de Sant Jaume como en la plaza Reial sendas orquestas luchaban contra unas sonorizaciones lastimosas. El folk mediterráneo que surgía del escenario situado entre el Ayuntamiento y la Generalitat sólo era audible en las primeras filas de sillas, así que en la parte posterior y lateral se creaban fiestas paralelas ajenas al escenario. Una lástima. En la plaza Reial era peor porque un grupo cubano de buena apariencia sólo conseguía que por los altavoces saliera un estruendo poco bailable. Tal vez sería interesante replantear un poco las inversiones en equipos de sonido realizadas para la Mercè: seguro que el público disfrutaría más con menos escenarios pero con un equipo decente en cada uno.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de septiembre de 1998