El pensamiento negativo es vicioso,contagioso, viral. Puede que exista una causa objetiva que empeore una determinada situación, pero lo de verdad voluptuoso es ver cómo se va acrecentando el daño a partir de pensar aviesamente en él, comprobar cómo progresa el dolor a fuerza de acentuar la fantasía sobre el peor de sus futuros.La gran crisis económica escenifica a escala de superproducción global esta inclinación de los seres humanos. Un pensamiento negativo busca, como un animal en celo, a otro pensamiento negativo y sucesivamente se enlazan, de una a otra parte del mundo, en una enorme copulación del terror.
El pánico es adictivo. Extraordinariamente eficaz. Determina conductas implacables y movimientos deslumbradores. El apacible escenario que se oteaba hace unos meses aparece ahora, por comparación, como un decorado infantil y cándido. El pánico enaltece, transforma de repente a los seres en figuras de otra escala, animales inyectados de un fármaco muy activo y puro. En ningún lugar se refleja con más ahínco el fundamento de la vida como en los ojos del estupor. El pánico es seña primordial y materia prima decisiva.
En la historia se repite la ecuación mediante la cual la profecía de algún suceso temible se convierte más tarde en la confirmación de la profecía. El mundo económico ve ahora concretarse día a día su catástrofe como ciertos augures comprueban, estupefactos, el cumplimiento de su aciaga premonición; progresivamente, el pánico logra, hoy, hacer realidad su pronóstico y enseguida aumenta su tamaño con la visión del estrago. Tal como una concupiscencia gustosa de su propia carne, el pánico se reproduce en su tumulto como sustancia primitiva, una energía telúrica que nos arroja hacia los orígenes remotos de la vida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de octubre de 1998