Vivo en Barcelona desde hace cuatro años. Compruebo las desventajas de una gran ciudad que presume de su buen quehacer en cuestiones de tráfico. Es una ciudad completamente motorizada que sufre el generalizado fenómeno individualista del coche o la moto para todo. El silencio brilla por su ausencia, más aún en los caros y cutres alquileres que no disponen de sistemas de aislamiento eficaces como la doble ventana. Se impone la fuerza del tubo de escape sin control sobrePasa a la página siguiente
Los decibelios
Viene de la página anteriorla pacífica y saludable costumbre del pedaleo ciclista. Se impone el transporte individualista sobre el colectivo, la obesidad desparramada en los asientos de una infernal máquina sobre la cotidiana actividad muscular que aumenta la cantidad y calidad de vida.
Penalicen el exceso de decibelios, promuevan las calles peatonales, el transporte público y los carriles-bici. Todo sea por el bien común y el bien individual. Todos saldremos ganando. Es cuestión de lógica... y de voluntad de cambio.- .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de octubre de 1998