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Pesadilla en un laberinto sin sonidos

El caso de un sordo de Bilbao refleja el desamparo en que puede caer un discapacitado sin ayuda

Roberto V. C. tiene 39 años, ha vivido toda su vida en el bilbaíno Paseo del Campo de Volantín y es sordo desde los tres años a causa de una meningitis. Sabe expresarse en el lenguaje de signos, que aprendió de otros niños que estudiaban como él en el Colegio de Sordos de Deusto. Su vida fue tranquila hasta hace 10 años, cuando murió su madre. Desde entonces vive "con mucho susto". Primero fue la muerte de su madre de cáncer, después la soledad compartida con su padre, quien falleció en 1995 tras caer a la Ría. Roberto se quedó sólo, aunque con el apoyo de su novia, Mercedes, también sorda. Poco después, una mañana se presentaron en su casa "unos hombres" con herramientas. Entraron por una puerta que comunicaba su domicilio con un antiguo ático. Sin más ni más, arrancaron de cuajo la cocina y el cuarto de baño, taponaron todas las tuberías y se fueron. Roberto tenía miedo, pero no sabía que hacer. Cuando acudía a la Asociación de Sordos de Bilbao, contaba a sus compañeros lo que le había ocurrido. No le entendían muy bien y le remitían a la policía. Pero él no sabía quiénes eran esos hombres, ni por qué habían entrado en su casa. El ático en el que vivía Roberto no era de su propiedad, pero él no lo sabía. Las dueñas se lo habían cedido en usufructo a su madre, portera de la casa, pero, una vez fallecida ésta, la vivienda se vendió en pública subasta, debido a unas deudas no pagadas. El nuevo dueño ordenó que se hicieran las obras en el piso y ésa fue la razón de que "unos hombres" arrancaran la cocina y el baño. Roberto no sabía lo que era un usufructo, ni escrituras de propiedad, ni que su derecho a vivir allí había finalizado; tampoco quiénes eran los propietarios. Él creía que la casa era suya porque toda la vida había residido allí y nadie le había dicho lo contrario. Estaba asustado. Se dejo barba porque no podía asearse, no tenía agua, se duchaba en las duchas municipales y comía una vez al día "donde las monjas", un convento cerca de su casa, a quienes también llevaba la ropa a lavar. Sus compañeros sordos le criticaban por su escasa higiene y dejo de ir a la Asociación de Sordos. Cada vez mas deprimido, pasaba la noche sin dormir. Tenía frio y continuas ganas de orinar. En su casa se veían las vigas del techo, entraba el agua, y en el suelo, si levantaba el sintasol, había unos boquetes enormes. Para acabar de empeorar la situación, los vecinos comenzarón la rehabilitación de la fachada y los tubos que sujetaban el andamiaje rompieron sus escasos cristales. Roberto se fue aislando y se volvió desconfiado. La gente le hablaba, pero él no entendía nada. Creía que cualquier día le echarían de la casa y tendría que dormir en la calle. Cuando veía una ambulancia se escondía. Creía que era la policía y que le llevarían como a los indigentes que veía tumbados en los bancos cerca de su casa. Su situación era desesperada. Estaba enfermo, tenía bronquitis e infección de orina, había ido a un ambulatorio, pero no sabía explicarse y tampoco entendía lo que le decían. Los sordos en estas ocasiones necesitan la ayuda de un interprete en lengua de signos que les acompañe. Es obvio que no pueden pedir cita previa por teléfono y los interpretes no son fáciles de conseguir. La Federación de Sordos de Euskal Herria gasta una parte importante de su presupuesto en pagar estos servicios, ya que esta asistencia no esta prevista por ninguna institución pública. Tras muchos esfuerzos han conseguido que Sos Deiak, habilite un número de fax para que cuando un sordo necesite ayuda pueda pedirla mediante un impreso que la federación ha preparado con el que explicar, tachando casillas, cuál su problema: incendio, enfermedad,... A pesar del avance, no se ha conseguido mucho, porque la consejería de Interior asume la busqueda de un interprete de signos, pero no el pago de sus honorarios, que deben ser satisfechos por el sordo que pide ayuda. Cuando Roberto por fín contactó con el dueño del piso, le explicaron la situación. Entendió algo, sobre todo que se tenía que ir de allí, y que el propietario de la vivienda le estaba buscando una casa de ayuda municipal, pero que los trámites eran largos. Decidió que debía pedir ayuda, porque no podía seguir así. Su escritura no es muy legible, un problema que afecta a muchos sordos, así que recogió periódicos viejos y fue recortando palabras como "ayuda", "frio"o "vivienda". Luego las pegaba o las copiaba en un papel. Quería elaborar así una carta pidiendo ayuda al alcalde de Bilbao, Josu Ortuondo. Un encuentro fortuito con el Presidente de la Federación de Sordos, José Martin, permitió a Roberto ver la luz al final del tunel. Por fín alguien le entendía y, sobre todo, se interesaba por su situación. A partir de ese momento, los servicios jurídicos de la Federación se encargaron del caso. Roberto y su novia han conseguido ya un piso de propiedad municipal, por el que pagarán 16.000 pesetas al mes. El gasto lo sufragarán entre los dos, ya que reciben la pensión mínima no retributiva. Su salud ha mejorado después de que una persona que conoce la lengua de signos le acompañara al médico y explicara su caso.

Su escritura no es muy legible, así que recogió periódicos y recortó palabras como "ayuda", "frio" o "vivienda"

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de diciembre de 1998