DE PASADALa vocación folclórica en una comunidad tan ancha como la andaluza tiende a la especialización: así no hay envidias ni competencias. Es bueno. Para bodas, Sevilla; para fiestas de la caridad, Marbella; para recepciones de otra índole, Granada. El público granadino es el más versátil de los tres, pues al contrario que el sevillano no tiene que aplaudir y menear banderas en un acontecimiento exclusivo -el casamiento de postín- sino que ha de mostrar su invencible alegría ante individuos de méritos tan diversos como un astronauta, un grupo de cantantes femenino, un presidente aturdido por los ocasos y un huidizo príncipe saudí. La masa encargada de ovacionar y participar en las aclamaciones callejeras, aunque no sea demasiado numerosa, todo hay que decirlo, debe comprender, antes de batir palmas y gritar con desmesura contenida, todo el valor que encierra una vuelta a la Tierra, una canción que percute como una gotera, cierta sensibilidad artística aún no cegada por el poder ni el escándalo, y la generosidad oriental. Esto obliga al público de Granada, en comparación con el especializado en acontecimientos singulares o en personajes exclusivos, a cultivar una curiosidad amplia, sin restricciones. Ahora mismo, por ejemplo, ahonda en sus conocimientos y aguza su oído para recibir en marzo a Bob Dylan. ¿Habráse visto más variedad? Los organizadores de tales acontecimientos y los estetas colaterales tienden igualmente a la diversificación. En Almuñécar ha surgido un árbitro de la elegancia que recientemente ha transmitido su canon de belleza no a través de un desfile fugaz encima de una pasarela sino en una sentencia judicial, que tiene más fundamento y tiende a la perennidad. El juez de instrucción Manuel Píñar, emulando la poética de Aristóteles y quién sabe si la de Boecio, y yendo más lejos que Adolfo Domínguez -el audaz modisto que sonsacó la belleza de la arruga-, ha declarado que una cicatriz, lejos de ser un dobladillo carnoso inapropiado, si se sitúa sobre el muslo de una joven, puede llegar a ser un atractivo. "La costura quirúrgica es bella; la cicatriz fortuita, sublime", viene a proclamar el juez en su pintoresca Teoría estética que halla su hipóstasis en el melancólico monstruo del doctor Frankestein. Con Píñar -el Petronio de Granada- como asesor de imagen, las recepciones multitudinarias tendrían un atractivo irresistible. ALEJANDRO V. GARCÍA
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 20 de enero de 1999