He buscado en el diccionario de la Real Academia la definición de "imbécil" y he aquí dicha definición: "Imbécil: alelado, escaso de razón". "Imbecilidad: acción o dicho que se considera improcedente, sin sentido y que molesta".Así pues, no creo que los programadores de televisión se consideren insultados con esta definición del diccionario, sobre todo si se aplica a alguien que encaja perfectamente en ella. O, si no, dígame qué otra definición se podría utilizar para definir a alguien que, como estos señores, está tan escaso de razón como para imponer los horarios "improcedentes y sin sentido" en los que las mejores películas pasan en televisión.
¿Por qué programar las cintas interesantes a las dos, tres o cuatro de la madrugada? ¿Es que la vocación de estos señores es prohibir a las personas con horarios normales una cultura, aunque ésta sea solamente cinéfila? ¿Por qué la gente a la que no le gusta la basura de las 21.30 o las 22.00 tiene que programar el vídeo si quiere ver algo interesante? ¿Por qué películas que podrían ver los jóvenes (de los cuales muchos son estudiantes) tienen que pasar a horas intempestivas? ¿Creen estos "profesionales" que ejerciendo esta dictadura de horario e imponiendo las tan socorridas series los telespectadores se instruyen más que con un buen debate (los temas no faltan...) o se divierten más que con una buena cinta?
Podemos hablar de los domingos por la mañana: es la misma cocina de la semana, pero recalentada; vivan las redifusiones, es tan barato...
Me imagino mal a un señor cuya misión es preparar la rejilla de programas sentado en su despacho y diciéndose: "Tal película, buena, para las 2.35; tal otra, divertida, ésta para las 3.15; ¡ah!, mira, Cantinflas, para todos los públicos, pues ésta para la 1.30, etcétera".
Es por esto que, refiriéndome a la citada definición del diccionario de la Real Academia, pienso en los programadores de televisión. Si usted, señor director, conoce a alguno, por favor, dígaselo de mi parte.
Voy a programar mi vídeo y me voy a la cama.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 20 de enero de 1999