MIQUEL ALBEROLA Desde que nos gobierna la derecha litoral -la hostelera, y algunos abogados muy pertrechados en la delgada orilla que bordea la ley-, el turismo se ha convertido en el asunto más ostensible de este país. Es una razón de Estado muy poderosa, fundamentada quizá en un cierto victimismo anterior del ramo, a menudo justificado por la descompensación por el esfuerzo realizado en algunos municipios desbordados por la avalancha de visitantes. Ahora, fruto de la coyuntura política, casi todo se proyecta en función de este modo de economía basado en el ocio: Terra Mítica, la Ciudad de la Luz de Alicante, el Proyecto Cultural de Castellón, la trasformada Ciudad de las Ciencias, la ley de ordenación del territorio, la ley de municipios turísticos, la elasticidad de algunos planes generales de ordenación urbana... Sin duda alguna, el turismo ha sido un factor clave en la transformación de la sociedad valenciana y supone una inyección vigorosa en nuestra riqueza pública, puesto ha reanimado zonas condenadas a la escasez, ha desarrollado el sector de los servicios y ha dinamizado la construcción, que es la actividad que arrastra al resto de los sectores. Pero cualquiera que se deje conmover por el eco de la soflama oficial y por el resplandor de las hogueras que estos días ha encendido el Consell en el recinto ferial Juan Carlos I de Madrid, con motivo de Fitur, puede concluir que más allá del turismo en esta tierra no hay vida posible. En el pasado, con la derecha naranjera, hubo una simplificación total entre la actividad citrícola y la economía valenciana, hasta el punto que daba la impresión de que este territorio formaba parte del paisaje de la naranja y no al contrario, con todos los efectos hortofrutícolas secundarios de este nefando estereotipo. En cierto modo, empieza a ocurrir lo mismo con el turismo. Se vuelve a consagrar la parte por el todo, despreciando la diversidad de sectores que configuran nuestra personalidad económica. En estos días en que no se sabe a ciencia cierta dónde empieza Fitur y dónde acaba el congreso del PP, ya que con frecuencia los intereses, los actores y los escenarios se confunden en un mismo discurso, esta malversación se hace más patente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de enero de 1999