Me pregunto si no estaremos sepultando la menguada capacidad de análisis y el escaso sentido crítico que todavía nos queda bajo los repentinos accesos de caridad coyuntural convenientemente esponsorizada y publicitada que últimamente proliferan.Me pregunto si el miope pragmatismo imperante no se habrá enseñoreado -más allá de lo que estrictamente le atañe- de la utopía necesaria, aquella que, asomando débilmente por un horizonte siempre inalcanzable para el conformismo, nos promete un trueque: el de la equidad dignificadora a cambio de la voluntariosa caridad.
Me pregunto, también, si la ayuda a los necesitados requiere voceros que pregonen el nombre del donante autocomplacido o es virtud silenciosa, envío sin remite que evita agradecimientos humillados e inmerecidos.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 31 de enero de 1999