MIGUEL ÁNGEL VILLENA Eduardo Zaplana ha debido confundir la España de las oportunidades, título de su triunfalista ponencia en el congreso del PP, con un país de oportunistas. Porque no se puede explicar de otro modo que el hoy presidente de la Generalitat, furibundo seguidor del Real Madrid desde hace años, se llenara la boca el pasado miércoles en televisión con su amor por los colores del Benidorm. Debió pensar el molt honorable que sonaba políticamente incorrecto añadir su afición por el equipo de la capital de España a su origen cartagenero o a su incapacidad manifiesta para hablar uno de los dos idiomas oficiales de la comunidad que preside. Siguiendo al pie de la letra el ejemplo de José María Aznar, el titular del Consell no gobierna con ideas, sino a golpe de encuestas y del populismo más barato y ramplón. Con la divisa de mantenerse en el poder al precio que sea, los viajantes del centro son tan atrevidos que llegan a declarar que conversan en catalán en la intimidad con tal de captar votos. En verdad que la adaptación del PP al terreno no conoce fronteras y sólo las hemerotecas y la realidad salvan a los ciudadanos de esa alucinación colectiva centrista que los nuevos gobernantes pretenden escenificar. Devoto del fútbol, donde le gusta jugar ¿cómo no? de centrocampista, hipocondriaco, maniático del orden, poco detallista con las mujeres y reconocido varón de los que no da un palo al agua en casa, Eduardo Zaplana trazó un revelador perfil de sí mismo en el programa de entrevistas de La 2 que dirige Pedro Ruiz. Pero cuando el presidente de la Generalitat ofreció la auténtica clave de su personalidad fue en el momento en que confesó que le agradaría pasar a la posteridad como una "persona muy normal". Pese a las preguntas del entrevistador, Eduardo Zaplana no consiguió aclarar en qué consiste ser "muy normal". A muchos el calificativo de "normal" siempre nos ha causado terror porque suena a uniformidad, a paisaje gris, a ausencia de ilusiones y de expectativas. Pero así se definen estos líderes del PP que aspiran a convertir España en un país de mediocres.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de febrero de 1999