A la chita callando, esta casa se ha situado en pocos años entre lo mejorcito de la capital navarra, y eso que el resto de su competencia local ha subido muchos enteros. El entusiasta Ángel Regueiro, uno de sus propietarios, excelente maitre y sumiller, es parte importante de su ascenso vertiginoso y de su popularidad. Otra de las razones de su progresión lógicamente está en su cocina, dirigida con notable sabiduría y buen gusto por otro de los patrones, Fernando Flores. Entre sus ofertas hay un poco de todo: platos simples basados en el producto, recetas clásicas navarras y algunas elaboraciones más complejas con toques bastante osados. Sus ensaladas son deliciosas, como la de alcachofas con pulpo y berberechos o la de judías verdes con langostinos y vinagreta emulsionada de zanahoria. A destacar siempre el magnifico punto de las verduras, así como el de sus pescados y la inmaculada materia prima; postres a la misma altura, delicados, de texturas complejas, ligeros y modernos. Intachable servicio. Bodega bien diseñada, con carta de vinos apasionante por su actualidad y a precios razonables. Han impulsado extraordinariamente los caldos de Navarra, organizando desde hace cuatro años unas interesantes jornadas sobre los mismos. Carta de puros de categoría. En la parte trasera se encuentra el bar Yanguas, de los mismos propietarios, con pinchos innovadores en su barra y menú diario (1.500) así como de fin de semana (2.500), ambos muy atractivos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 28 de marzo de 1999