Ya pueden las autoridades de la Dirección General de Tráfico decir que la culpa de tanta muerte en la carretera la tienen el bienestar económico y el gran número y potencia de los vehículos; y otros decir que la culpa está en el mal estado de las carreteras. No. La culpa la tiene un dios, un dios que es una palabra: el progreso. Un dios cuyas criaturas, alienadas, llenas de hastío, incapaces hasta de aguantarse a sí mismas, se autoinmolan en el altar del más mortífero ángel exterminador: el coche.- .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 27 de abril de 1999