La heroína es droga de pobres, de abandonados. Provoca imágenes con las que nos suelen llenar los platos a final de cualquier telediario, cuando las cámaras se han ido a cualquier barrio marginal de cualquier gran ciudad para ver cómo desheredados de todas las fortunas se buscan un trozo de piel por el que llevar a sus venas desahuciadas un poco más de olvido, algo más de distancia de la realidad, que el pinchazo les ayuda a abandonar poco a poco. Le miramos desde la hipocresía, nos escandalizamos y seguimos tomando el postre para volver rápidamente a la suerte de tener todo lo que a ellos les falta. La información sobre los estragos de la heroína se nos vende en la televisión como un anuncio ejemplarizante que debemos aprovechar a la hora de comer para enseñar a nuestros hijos lo terrible de sus estragos. Y luego ¿qué?... La Junta de Andalucía quiere poner en macha un plan para suministrar heroína a toxicómanos que hayan fracasado con todos los tratamientos de desintoxicación. Se trata de una acción política para marginados, es decir, para gente que no vota, para muy pocos y nada tenidos en cuenta por las mayorías, a no ser para enseñarlos como lo que no se debe ser. El plan de la Junta de Andalucía es socialmente importante, políticamente ejemplar. En un plan ensayado en Europa y avalado por la Organización Mundial de la Salud. El Ministerio de Sanidad no autoriza su puesta en marcha. Las asociaciones de lucha contra la droga y los familiares tienen confianza en el plan y están pidiendo su aplicación, pero el Ministerio vigila por la ortodoxia. La Junta piensa recurrir la decisión del Ministerio. Si el plan va a curar o no a los heroinómanos que se sometan al experimento, si es que alguna vez se autoriza, está por ver. Incluso puede fracasar y aún en ese caso habrá sido importante la apuesta, porque ante el fracaso continuado de los tratamientos convencionales, hay que ser valiente y arriesgarse con uno innovador. En este caso y en todos. La apuesta de la Junta es innovadora, la prohibición del Ministerio demuestra una actitud conservadora. Ni más ni menos que distancia ideológica.MARÍA ESPERANZA SÁNCHEZ
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 1 de junio de 1999